CRÍTICAS DE CINE

CRÍTICAS DE CINE

Pájaros de papel

Todo el mundo habla de esta excelente película como de un homenaje a los cómicos. Y lo es, y en particular a uno, Emilio Aragón Bermúdez (Carmona, 1929), que reúne en sus peripecias las de toda una generación de españoles. Pero es también, creo, una reflexión sobre las consecuencias morales (y físicas) de la derrota, y la manera que tiene cada uno de asumirlas o rechazarlas.

Avalan esta creencia el retrato minucioso de los personajes que representan a los “vencedores” – que los haría verosímiles incluso si los trasladásemos, salvando las distancias, a nuestros días-, y la sensación de precariedad y zozobra que transmiten los protagonistas, debida no únicamente a su condición de artistas ambulantes.

No fue exclusiva de los cómicos la humillación y la derrota. En la novela La Colmena, de Camilo José Cela (Capítulo II) puede leerse:

“En la acera de enfrente, un niño se desgañitaba a la puerta de una taberna:

Esgraciaito aquel que come

el pan por manita ajena;

siempre mirando a la cara

si la ponen mala o buena.

De la taberna le tiran un par de perras y tres o cuatro aceitunas que el niño recoge del suelo, muy deprisa (…).”

Aquellos cuya profesión es hacer felices o divertir a los demás por un rato, son un símbolo ( pintoresco, eso sí) de todos los que, en esos años, tuvieron que ganarse el pan “por manita ajena”. O sea, casi todos. Siempre ha sido así, pero no siempre como consecuencia de un intento fallido (la II República) de mejorar las condiciones de vida, tanto material como espiritual, y devolver así la dignidad al trabajo, en un país que parece pertenecer a Europa sólo por un capricho de la geografía.

La expresión de la cara de los protagonistas en algunas secuencias, así como sus peripecias, reflejan la “imposibilidad” de seguir viviendo con algunos de sus compatriotas, esos pioneros del uso de la aviación contra la población civil.

No es frecuente que el público aplauda al final de una película (pues se entiende que el aplauso en este caso no va dirigido al artista, que no puede oírlo, sino que reemplaza a un comentario en voz alta, de manera más breve, eficaz y sin malentendidos). Cuando esto ocurre, sin embargo, el aplauso suele ser unánime. En esta ocasión aplaudimos sólo unos pocos. Seria curioso preguntarle a cada uno por qué lo hizo.

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